Siempre
me asombra y maravilla el poder que tiene la noche envuelta en su silencio. Las
constantes vitales se vuelven sigilosas pero el pensamiento es cuando más se
escucha, es el silencio nocturno.
Cuando la noche oculta sus labios bajo el silencio
más sepulcral, es cuando el viento trae duendes de pasión que escriben versos en
la piel evocando la excitación de un encuentro, la sensualidad de un beso, el
amor eterno con nombre extraño, las caricias más profanas sobre el cuerpo.
Allí donde sentimos el atormentado llanto amargo, el
miedo que nos quita la respiración de la mirada, la inquietud que provoca en el
corazón el presagio de una pesadilla, siempre existe el cielo del infierno, refugio
de nuestra calma.
Vivir la ternura que provoca la sonrisa de un niño, la
atracción del mar al contemplarlo, la magia de todo aquello que en silencio,
nos grita dentro cuánto nos hace sentir, los secretos que navegan sin descanso
cuando la noche viene a besarnos.
Noche larga cuando la madrugada se vuelve sombra y
el llanto de la lluvia nos hace romper el alma que vive de la presencia de los
recuerdos que habitan en la memoria, quedan enterrados en vida, pero jamás
podrán morir en nuestro corazón.